Siempre hay mundo – Portada

Siempre hay mundo

“Con todos los ojos ve la criatura lo abierto…”

R. M. Rilke (Octava Elegía de Duino)

En este proyecto tomo imágenes de mujeres y las ubico en relación con otras imágenes, imágenes de paisajes desolados. Construyo un contexto para cada tríptico, en una serie de combinaciones que espero operen como una expiación, que libere al cuerpo de la mujer de su condición de objeto, nos abra el mundo y nos devuelva algo de los ojos de criatura.

María Zorzon, 2009

Dicen que el triángulo es la forma más estable, que sus tres partes en simetría expresan la mayor firmeza, fuerza y una constancia tan simple como imbatible. Mi hermano, un científico, ha llegado a usar la palabra “perfección” al respecto. Mi padre, un arquitecto, veía triángulos – tríos de base, peso y contrapeso – que articulaban un poderoso equilibrio, resistente pero a su vez flotante, liviano, grácil. Esa paradoja me atrajo siempre, por más que no entendiera la mecánica de los triángulos.

En un cuento de Kleist que me influenció mucho de joven, el protagonista sobrevive un terremoto porque en el momento de la catástrofe un edificio cae en forma triangular sobre su cuerpo, y de ese modo nace un espacio de tres bordes que lo contiene, y que lo libera. 

El cuerpo de la mujer.

La inmensidad del paisaje.

Los recovecos de la ciudad.

Los tríos exceden el marco más estrecho que es el par, el diálogo, la lógica binaria tan angosta y controlada, previsible. El trío puede contener lo imprevisible y, aunque nos parezca increíble, acaso inconcebible, lo envuelve suelto, aún casual y móvil.

Respiración. Calor. Intimidad. – Pulso. Latido. Arrastre. – Escondite. Comisura. Ápice.

El trío de imágenes-ideas en la fotografía (que a su vez es sinfonía, es coreografía) de María Zorzon arma un dinamismo, y otorga aquel ánimo de lo imprevisible al cuerpo, a los ojos, la mente de quien las mira. Se inicia (se suelta) una reacción en cadena de movimientos, pequeños pero constantes: miro aquí, miro allí, vuelvo hacia este lado, giro hacia ese lado, retorno, retomo, reviso, reflexiono…

En principio, al entrar – con la mirada y la sensibilidad – al mundo de las imágenes aquí, no siento que el trío sea algo estable. Al contrario, caigo en una confusión, como si estuviera ante algo inasible y esquivo, algo que se me escapa en vez de ampararme, de contener y liberarme. Pero de pronto en esta coreografía de pequeños movimientos entre peso, contrapeso y base – entre los tres paneles de cada pieza – descubro una resonancia, o muchas, con y sin armonías, y empiezo a comprender un lenguaje anteriormente inesperado (para no decir superior) y por eso casi mágico: la tensión de los tríos articulando una apertura donde antes no parecía haber ninguna.

Anna-Kazumi Stahl, enero-febrero 2011